Un crecimiento poco mayor del 1%, la cuenta corriente con saldo positivo, pero seguramente menor que el año 2017 producto del recorte de las importaciones, y una tasa de inversión menor a la necesaria, según las propias palabras del Ministro de Economía es la fotografía macro de la economía cubana en el año 2018 y augura un 2019 tenso al igual que lo fue el 2018.
La baja tasa de inversión es quizás una de las fallas estructurales más importantes que ha padecido la economía cubana en los últimos veinticinco años. Estudios de economistas cubanos han indicado que alcanzar tasas de crecimiento entre el 5% y el 6% requiere de una tasa de inversión de al menos 27% sobre el PIB. Cierta volatilidad de la tasa junto a su sostenida debilidad, problemas de la asignación de la misma entre los sectores de la economía nacional, en especial la baja participación de algunos sectores productivos y la dificultad para hacer crecer la participación de la inversión en el PIB han sido recientemente señalados en un detallado trabajo del economista cubano Pedro Monreal .
Esa incapacidad de la economía nacional para alcanzar altas tasas de inversión es una de las razones principales, sino la más importante para el cambio de percepción acerca del papel de la inversión extranjera en el crecimiento y el desarrollo del país. Esta es una vieja historia que data de más de cincuenta años, cuando la Inversión Extranjera Directa (IED) fue considerada como un instrumento de explotación y dominio de las países capitalistas sobre los países subdesarrollados. Luego, en los noventa, fue aceptada como un mal necesario, posteriormente como un “complemento” del esfuerzo nacional y hoy como “estratégica” para el crecimiento y el desarrollo. En ese transcurso de tiempo, un Decreto- Ley en los ochenta primero, una primera Ley de Inversiones en los noventa y una segunda ley en el 2014. Todas han tenido como propósito “permitir, atraer, incrementar” la Inversión extranjera directa en el país.
Sin embargo, habría que decir también que sólo a partir de haber identificado el monto de inversión necesario (unos 2 500 millones anuales de dólares norteamericanos) la percepción cambió drásticamente. Hace apenas unos días, en una comparecencia pública, el Ministro del ramo y varios funcionarios abordaron una vez más este tema.
El monto total desde el 2014, alrededor de los 5 500 millones de dólares, significa unos 1370 millones por año, lejos aún de la meta de 2 5000 millones anuales que se ha reconocido como “mínimo necesario”. Si bien es cierto que fue en los dos últimos años (2017 – 2018) cuando se logran los mayores montos. Lo primero es que todo indica un importante incremento en la “inversión declarada o comprometida” a partir del 2016.
Nuevamente fueron identificados un grupo de obstáculos objetivos y subjetivos; bloqueo, doble circulación y doble tasa de cambio, liquidez financiera, entre los primeros, demoras innecesarias, la falta de preparación del personal que va a negociar, las deficiencias en los estudios de factibilidad, entre los segundos.
El dinero va a donde hay dinero. Los flujos de inversión, tal cual indican las cifras del último reporte de inversión extranjera directa, viajan de los países ricos a los países ricos, de los países ricos a los grandes mercados, van allí donde los retornos tienen mejores garantías. Lo cierto es que Cuba, atendiendo al tamaño de su mercado, no es uno de esos destinos “preferidos” por los flujos de inversiones.
Mientras las trabas externas, en especial el bloqueo norteamericano se constituye en una alerta roja para cualquier inversionista y Cuba nada puede hacer al respecto, mientras la demora en el pago de los dividendos a los inversionistas aparece también como una de las mayores alertas rojas para los que desean invertir en el país. La incertidumbre en cuanto a la obtención de los retornos de la inversión es sin dudas un freno mayor. No obstante ello, la labor de promoción que se ha desplegado consigue que muchos inversionistas potenciales se interesen por el país. ¿Cuántas de esas intenciones se convierten en nuevas inversiones? ¿Cuántas no llegan a buen término? ¿Cuántos inversionistas con interés abandonan ante la falta de respuesta, la demora, las dificultades para acceder en un tiempo razonable al mercado cubano?
Existen estándares asociados a la facilitación de inversiones de los cuales a veces estamos muy lejos. Van desde las dificultades y restricciones para alquilar una vivienda, comprar un auto, etc, asuntos elementales que los futuros inversionistas resuelven de forma muy fácil en los países de la región (República Dominicana, Panamá, Costa Rica) hasta las normativas y procedimientos contenidos en los reglamentos para la inversión extranjera, que muchas veces hacen poco atractivo establecer un negocio en Cuba.
Es cierto que se han revisado, es cierto también que se ha intentado hacer esos procedimientos más “digeribles”, pero es cierto también que comparados con los competidores de Cuba en la región, todavía están lejos de aquellos estándares.
Las trabas internas, las que dependen de la capacidad y habilidad para retener y convencer a los inversionistas para que inviertan en este “mercado” son decisivas.
No sería ocioso poner el “proceso de la negociación” nuevamente en el microscopio, identificar todos los cuellos de botella (que para nada se reducen al famoso estudio de factibilidad) y cambiar todos aquellos que lo obstaculizan, que nos aleja de los estándares internacionales.
Años hace ya que Raúl Castro declaró públicamente que la resistencia a la IED era de los mayores obstáculos que el país tenía y reclamó un cambio de “mentalidad” al respecto. El actual Presidente también lo ha reconocido y ha reclamado ese cambio, el Ministro de Comercio Exterior también lo ha hecho, sus directivos los repiten una y otra vez, los ministros de cada uno de los sectores también se refieren a ello. En resumen todo el mundo está de acuerdo, pero a pesar de ello, la flexibilización de las “reglas del juego”, a pesar de lo hecho y dicho, sigue siendo un capítulo pendiente.