Cuando en los inicios del proceso de transformación de la economía cubana, el presidente Raúl Castro planteó la necesidad de tener un aparato estatal más racional y mencionó la cifra de unos quinientos mil trabajadores que tendrían que ser desplazados desde esos puestos hacia otros sectores. El sector no estatal apareció como una de las posibles vías de solución a ese nuevo problema.
En el intermedio se desarrolló un debate sobre el tamaño necesario/deseado del sector no estatal en términos de empleo y de aporte al PIB.
Hoy no tenemos las cifras de su aporte al PIB, es cierto. Es parte de la información que aun nos falta y que debemos en algún momento, y ojalá sea más temprano que tarde debemos sistematizar. Pero sí tenemos cuántas personas están trabajando en ese sector.
Según el Anuario Estadístico de Cuba de 2016 representan cerca del 30 por ciento(*) del total de los ocupados del país. En términos de empleo no es para nada marginal. No se considera en esa cifra los que no están formalizados.
Como en otros países de América Latina, ese sector, el de la pequeña y mediana empresa de la que tanto se ha hablado y que parece que lamentablemente demorará en Cuba –y que no es informal en la Isla– hace un gran aporte al empleo y un muy modesto aporte al PIB.
Es una asimetría típica, casi con carácter de ley. En América Latina los que componen ese sector son en una buena parte personas de poca instrucción, un segmento de población muchas veces olvidado por el propio Estado en sus países.
No es el caso de lo que ocurre en Cuba, a partir del carácter inclusivo de las políticas sociales adoptados en Cuba desde inicios de las Revolución, debiera estar a nuestro favor y ese sector que hoy tenemos debería estar mejor incluido en la actuales políticas y en aquellas otras que están en proceso de elaboración para conformar la estrategia de desarrollo hasta el 2030.
No conozco, sin embargo, que exista alguien o alguienes ocupándose de este segmento que genera hoy el 40 por ciento del empleo del país.
A continuación relato una historia real:
En un territorio de Cuba que no revelaré, existe un “cuentapropista” que ha logrado innovar y producir un grupo de productos alimenticios con cualidades especiales que sirven como complemento al tratamiento de algunas enfermedades alimentarias.
Lo conocí hace años, cuando luchaba porque no le cerraran su negocio, que además beneficiaba a niños con determinadas afecciones. Al final lo logró y aún su negocio esta vivo.
El pasado año, él y su equipo de trabajo logró procesar y vender más de cuarenta toneladas de alimento: pastas o puré de algunos vegetales (es la cifra que él me dijo). Es una cantidad considerable.
Sin embargo, como cuentapropista, sigue en las mismas condiciones de limbo legal, dependiendo de interpretaciones o estados de ánimo circunstanciales.
Mientras el país gasta decenas y centenares de miles de dólares importando esos mismos productos, él, sin embargo, no tiene facilidades para comprar los envases adecuados, etiquetar sus productos de forma moderna, etcétera.
Menos aún puede importar o contratar maquinaria nueva. Su pequeño negocio no está dentro del programa de ¡sustitución de importaciones!, y por supuesto, no se beneficia con los incentivos de ese programa, si los hubiera.
No tiene facilidades para crecer, ni cualitativa ni cuantitativamente. ¡No está dentro del programa estatal de desarrollo de la minindustria!
En fin, él recibe un tratamiento marginal, se desenvuelve en un limbo legal y debe tener cuidado de no levantar resquemores asociados a su éxito como emprendedor privado.
Mi amigo tiene una alta calificación en la actividad que realiza. Fue, en su momento, por allá por los años ochenta, un estudiante beneficiado con estudios superiores en un país del campo socialista. Allí estudió su especialidad.
Hoy aplica lo que aprendió, contribuye a la economía de su territorio, produce productos necesarios para la alimentación sana, paga impuestos y emplea a sus coterráneos. No sé cuánta riqueza ha acumulado, pero si sé que contribuye a la economía de su territorio.
¿Que es lo distorsionado? ¿El trabajo por cuenta propia y las nuevas cooperativas, o las regulaciones que lo marginan y siguen alejadas de la idea básica de integrarlo a la dinámica general de la economía nacional y al proceso de construcción de una sociedad socialista, próspera y sostenible?
¿Es que el miedo a que las personas acumulen riqueza producto de su trabajo y aptitudes para desarrollar un negocio –y de otra forma como hacer crecer y mejorar un negocio– nos llevará a renunciar a uno de los probables resortes del crecimiento?
Cuba ya pasó por la experiencia de la marginación de lo privado y como parte de ese proceso, el de marginación y satanización del trabajo por cuenta propia.
Hemos vivido en todos estos años, desde los sesenta, una relación de amor/odio, de negación y aceptación , que comenzó cuando después de la “Ofensiva Revolucionaria”, –apenas unos años después–, se reconoció en los documentos oficiales del PCC que se habían cometido errores de romanticismo económico.
Sin embargo, nunca se ha sido totalmente consecuente con el reconocimiento de ese error y siempre las políticas se han quedado a medias en el intento de enmendarlo.
El costo de la indecisión nadie lo ha calculado, pero pudiéramos aproximarnos a él.
Fijémonos en cuánto el Estado paga en salarios en el sector del “Comercio y la reparación de artículos personales”. Un sector debilitado, para nada estratégico, que no decide nada sobre el desarrollo futuro ni sobre la seguridad nacional.
Veamos cuánto nos cuesta ese sector, que emplea hoy 457 200 personas, casi tanto como el sector de la educación y de la salud y dieciséis veces más que el sector de la ciencia y la tecnología.
Según el Anuario Estadístico de Cuba de 2016 (capítulo 7, tabla 7.4), el salario medio mensual en el sector del “Comercio y reparación de efectos personales” ese año fue de 717 pesos cubanos (CUP), 27 por ciento de crecimiento con respecto al 2014 (donde fue 566 CUP) mientras el salario medio mensual en el sector de la Educación fue de 533 CUP, 184 CUP menos que en el sector de Comercio, y su incremento en relación al 2014 fue del 1,1 por ciento.
Por otro lado, en Asistencia Social se gastaron 317,2 millones de CUP en el año 2016 (Anuario Estadístico de Cuba 2016, Cap. 7 tabla 7.15), mientras que el salario anual pagado en el Sector de Comercio fue de 3 924 millones de pesos cubanos.
Si la prioridad significa entre otras cosas asignación de recursos, si entre esos recursos están los recursos monetarios, entonces habría que decir que el sector del “Comercio y la reparación de efectos personales” es más prioritario que la Educación, que la Salud, y a los beneficiarios de la Asistencia Social.
Si de lo que se trata es de emplear a esas personas, o de no dejarlas sin empleo, piénsese que igual de empleados pudieran estar convirtiéndose en cooperativistas o cuentapropistas.
Si de lo que se trata es del ingreso que el Estado obtiene –el 70 por ciento de los gastos de consumo de la familia cubana se realizan en el sector del comercio estatal– existen suficientes instrumentos fiscales para lograrlo, además de que el costo de obtener esos ingresos (salarios a empleados, inversiones estatales en el sector, gastos de electricidad, agua, etc, más el costo del robo sistemático de productos) se reduciría sustancialmente.
¿Hacia dónde es más adecuado destinar ese dinero para conseguir nuestra visión de país? ¿Acaso no es mejor ponerlo en las escuelas y hospitales, pagarles mejores salarios a los maestros de primaria, a los médicos, a nuestros científicos, o seguir pagando salarios e invirtiendo en sectores que no son decisivos al desarrollo, la vitalidad y la seguridad nacional?
¿Cómo es posible que un sector tan decisivo como el turismo se hayan podido adoptar formas o tipos de negocios donde lo público y lo privado conviven y suman a los propósitos del país y en este otro sector, que todos reconocen como no fundamental y de baja productividad no sea posible?
En el turismo, existen más de 64 000 habitaciones en hoteles de tres, cuatro y cinco estrellas. De esas habitaciones, miles están bajo contrato de administración extranjera, que es una fórmula en que lo “público o estatal” – en este caso la propiedad del hotel y la inversión hecha en su construcción– está en manos del Estado y la gestión está en manos privadas (Meliá, Iberostar, etcétera).
¿Por qué no se pueden hacer ese mismo tipo de asociaciones en otros sectores “no fundamentales” y el sector no estatal cubano?
De la misma forma, en el transporte, formas no estatales junto con medios estatales, asumen hoy una parte importante de la transportación de pasajeros.
La economía solo existe si existen las instituciones adecuadas. Ella depende de esas instituciones, o sea, de las reglas de juego, las cuales deben crear por encima de todo incentivos, confianza y garantías a futuro.
Sin ellas no habrá economía, ni estatal, ni privada, ni mixta o mejor dicho habrá algún tipo de economía que apenas podrá cumplir con su cometido o que fraccionará al país en circuitos o compartimientos estancos con elevados costos en eficacia y en eficiencia y lo alejará de las metas que se han trazado.
La economía es, todos lo sabemos, un asunto esencialmente político.
Encontrar la coherencia entre ambos tipos de instituciones (las reglas de juego políticas y las reglas de juego económicas), lograr que la intersección entre ambas sea cada vez mayor y apunte al propósito del bienestar y la prosperidad, de la equidad y la justicia social, de la productividad y la eficiencia, con la participación de todos los agentes económicos, es de los más difíciles ejercicios que se puedan intentar, pero hay que intentarlo y cuanto antes mejor.
Solo así ese cuantapropista de ese territorio podrá convertirse al fin en un pequeño empresario, tendrá relaciones adecuadas con los suministradores, podrá invertir en mejorar la tecnología, innovará en nuevas formulaciones y quizás, por qué no, exportar sus productos a algunas de las islas del Caribe. Su aporte a la prosperidad, al crecimiento y desarrollo de su territorio y del país sería mayor. ¿Soy demasiado soñador?
Artículo Publicado por OnCuba, en la columna habitual de nuestro consultor en esa revista *.